viernes, 16 de marzo de 2012

Porque no me enseñaron a olvidar




Da igual el color de los años que pasan o la profundidad del vacío que dejaste entre nosotros. También da igual si hay sequía o si se inundan nuestros ojos al recordarte. Lo cierto que los años van pasando y aquí, donde corriste, la vida sigue igual. Uno no deja de recordar como de verdes eran nuestros chistes, o como nos inventamos aquella pseudofamiliaridad lejana de ser primos amigos. Uno sigue pasando por las calles y los vecinos del pueblo siguen notando la ausencia de la figura que me hacía sombras. Los años corren y aquí, donde soñaste, tu tierra sigue igual. Uno no deja nunca de recordar como correteábamos cuesta arriba y cuesta abajo, nuestros viajes a Portugal, nuestras primeras hostias de la iglesia, nuestro primer encuentro. Siguen y siguen pasando los años y aquí, donde me enseñaste a ser hormiga en lugar de ser cigarra, la plaza sigue igual. Uno no puede dejar nunca de acordarse de como investigábamos los minerales y las piedras preciosas, como estudiábamos la meteorología, como dábamos patadas a la ciencia con apenas diez años. Aunque como dijo Pablo, el chileno, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Uno deja su niñez, su pubertad y alcanza, aunque tarde, su madurez. Le sale barba, barriga, y mi número de pié dejó de ser un 36 hasta alcanzar un 44. Los años putean y aquí, donde nos dejaste, te seguimos echando de menos. Pasarán los años, y aquí, en el mismo sitio, seguiremos haciéndolo.

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