martes, 29 de abril de 2014

Gabriel junto al mar





La última vez que contempló el mar, Gabriel, apenas había rozado los 80. Tenía nevada la cabellera y andaba como si Borbón fuera su casta. Durante los escasos siete años que duró su niñez, vivió rodeado de redes, barcas y gaviotas, mas cuando alcanzó su mayoría de edad, los recién cumplidos ocho años, edad que le obligaba a trabajar para ayudar a su familia a seguir adelante, la migración y la recolecta del algodón le separó del salitre y la marejadilla. 

Con los pies clavados en la mezcolanza de la arena y la mar, Gabriel se recogió los pantalones hasta las rodillas y no se atrevió a dar más pasos. Cada ola salpicaba más alto y su remedio de arremangamiento de pantalones cada vez servía de menos. 

Gabriel acarició el Atlántico y el océano le regalaba un vals. Como el hijo pródigo que vuelve tras décadas de separatismo sentimental, la simbiosis tardó en llegar lo que tarda una miga de pan en un parque lleno de palomas. Como los niños que fueron, la mar y Gabriel jugaron hasta el atardecer, cada vez más mojado, con el agua cada vez más cerca del corazón. 

Besó el agua y se volvió para la arena. Colocó nuevamente los pantalones como llegaron y volvió a calzarse las sandalias que trajo a la playa. Con un "adiós" en la mirada de Gabriel y una ola que rompió con más fuerza que nunca se separaron para siempre. Gabriel y la mar, un idilio que duró siete años y seis horas, un idilio que duró toda una vida.

lunes, 10 de marzo de 2014

Vitae


Cuéntame cual cálido es el lecho,
si escuchas encerrado mi voz con eco,
si eres paz o eres guerra.
Cuéntame si sientes cuando acaricio tu barco,
cuando junto mis labios al hotel en que te encuentras,
disfrazado en tu legumbre matriz,
creciendo,
poco a poco,
la incertidumbre y tu escafandra.
Cuéntame si logras ver los versos que te estoy escribiendo,
si consigues beber del cáliz de tu alma máter,
a qué sabe el sitio que no recuerdo,
si puedes abrir los ojos o te escuecen.
Yo te cuento que aquí todo es Octubre,
que todo huele a ácido pteroil-L-glutámico,
a suspiros y futuro.
También te cuento
que está el suelo preparado,
para levantar castillos y cualquier escaparate,
para no dormir en varias noches,
y bailar entre sollozos en la penumbra del pasillo.
Tendrás noticias mías,
te acostumbrarás a ser protagonista de mis cuentos,
mientras tanto, no tardes
que te esperamos sentados
en el banco de la estación de los sueños.





sábado, 4 de enero de 2014

Noche de reyes, mañana de sueños





Dejé amarrado mi caballo de cartón, no sin antes darle un beso en los morros que dejó impregnado en los míos la salivación más repugnante. Era de cartón, pero no dejaba de ser un caballo. Era Enero, día de reyes, día de paquetes envueltos en color e interior en blanco y negro. Día quinto de los 365 que adornaban la pared. Me dispuse a abrir todos y cada uno de los regalos, fuesen o no fuesen míos. Los de mi tía Pepi, los de mis padres, los de mis hermanos, los de la vecina y los de Obama. Menos el mío, mi caja permanecía helada como las miradas de los presentes, como las miradas de Obama, la Pepi, mis padres, mi vecina, mis hermanos, Bob Marley,...

jueves, 5 de diciembre de 2013

Un suspiro en la ventana




Se ha colado un suspiro por la ventana y ahora no hay quien lo eche. He probado con todo, con insecticida, raticida, suspiricida,... y aquí sigue. Sigue dando un por culo aterrador, sublime, como cuando se cuela un vecino en tu casa a contarte la vida del novio de su hija que acaba de encontrar trabajo y ya está explotado. Bien, bienvenido al mundo actual. Un mundo que se ha colado por la ventana y ahora no hay quien lo eche. Quiero echarlo porque no me gusta lo que veo. He probado con todo, con matamundos, cerillas, panfletos electorales,...y nada, aquí sigue. Sigue, haciéndome la puñeta en cada paso que doy, como cuando el mismo vecino coincide conmigo en el ascensor y me comenta sobre el tiempo. "Si, ya me di cuenta que ha refrescado, ¿acaso eres el único que tiene un termómetro corporal". Me vendría bien si hubiese perdido toda sensibilidad a las temperaturas y no sintiera ni el frío ni el calor, pero no, ¿no te das cuenta que voy abrigado? Me di cuenta que hace frío.

Como os decía, se ha colado un suspiro por la ventana y ahora no hay quien lo eche. Es un suspiro roto, desangrado, que se va posando en todos los alimentos. Yo lo espanto, con la mano, pero el suspiro vuelve. 

De pequeño cazaba los suspiros con la mano cóncava y, cuando pasaban unos segundos, cerraba la palma dejando el suspiro atrapado en ella. Nunca me importó de quién procedía el suspiro. En un descuido psicópata de mi personalidad, le arrancaba las alas al suspiro, las doce, para que no pudiera volar. ¿Que si era cruel? A decir verdad sí, lo siento. (ego me absolvo a peccatis tuis in nomine suspire)

Ssssh (onomatopeya del silencio) que se ha posado en la ventana, se fue.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Preludio




"Deja de tocar el puto piano que no son horas de hacer música". La voz que escuchaba era interior, como un patio de colegio de la posguerra o un vacío intrínseco y perdido, agotador que se desvanece con solo mirarnos a nosotros mismos. No paré, seguí tocando el Preludio de Bach como si nada importara, como si no hubiera vecinos bajo mis pies o voces en mi cabeza. Las blancas y las negras se iban mezclando desde los sonidos más agudos a los más graves, como se iba mezclando mi racionalidad con aquella voz que me exigía que me detuviese, que ya no solo molestaba a los vecinos sino a media Manhattan. 

Iba enlazando el final del preludio con un nuevo principio. Daba igual que la melódica música que salía de mis dedos durara dos minutos, que yo lo multiplicaba por centenares, en un bucle sin fin y temeroso de recibir sepultura. Una vez más me repetía, a mí mismo, que no me callen ni en la calle ni en mi propia casa. 

La voz me gritaba y parecía hacerlo a coro con el arpegio musical que me mantenía en órbita. Durante nueve minutos seguí tocando y tocando y tocando y cada vez más parecido a Bach, cada vez menos parecido a mí mismo. Al décimo sonó la puerta fuertemente coincidiendo con el final de la enésima reproducción. Me dirigí a la puerta con la música, en lugar de la voz, todavía en mi interior. Me miré en el espejo, me peiné, miré por la mirilla pero no había nadie. Abrí con sigilo la puerta y miré a ambos lados. 

Un siseo me pedía que mirase hacia al suelo. Allí, un sobre lacrado me invitaba a cogerlo. Me sorprendió su interior: 

                "Por el amor de dios, ya que no me escuchas, lo haré por escrito. Lo haces de puta pena"
                                                                                              Firmado: tu voz interior.

jueves, 29 de agosto de 2013

Esperanza sin hacer gala de su nombre





Aunque su nombre sonara a sustantivo de primavera,
Esperanza, era flor de otoño.
Flor de azabache y pistilo amarillo,
flor de loto y barro en sus raíces.
Fue sirena en su despertar
y cubata sin hielo al acostarse.
Esperanza, nació para ser estrella
pero vive como una supernova,
como una explosión subalterna
entre otras tantas estrellas de su misma condición y edad.
Aún llevaba trenzas y lágrimas hasta en el zapato.
Una tarde duró su alegría y 40 noches de uva y cotillón
estuvieron agonizando su espanto.
Esperanza perdió su nombre en un polvo celestial y,
desde entonces, la oscuridad de sus ojos
va en aumento.
Él se marchó,
como se marchan los marineros
que despiden a sus coitos en el puerto.
Ella quedó sola,
con sus trenzas mal abrochadas en el pelo
y lágrimas hasta en la vergüenza.
Quedó sola,
y perdió su nombre en aquel mar cada vez más largo,
pero su barriga iba en aumento.  
Algo crecía,
como si fuera una flor de primavera
pero sin serlo,
como si fuera arraigo en las pestañas.
Algo crecía y mantenía
a Esperanza con ápice de su nombre.

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