jueves, 5 de diciembre de 2013

Un suspiro en la ventana




Se ha colado un suspiro por la ventana y ahora no hay quien lo eche. He probado con todo, con insecticida, raticida, suspiricida,... y aquí sigue. Sigue dando un por culo aterrador, sublime, como cuando se cuela un vecino en tu casa a contarte la vida del novio de su hija que acaba de encontrar trabajo y ya está explotado. Bien, bienvenido al mundo actual. Un mundo que se ha colado por la ventana y ahora no hay quien lo eche. Quiero echarlo porque no me gusta lo que veo. He probado con todo, con matamundos, cerillas, panfletos electorales,...y nada, aquí sigue. Sigue, haciéndome la puñeta en cada paso que doy, como cuando el mismo vecino coincide conmigo en el ascensor y me comenta sobre el tiempo. "Si, ya me di cuenta que ha refrescado, ¿acaso eres el único que tiene un termómetro corporal". Me vendría bien si hubiese perdido toda sensibilidad a las temperaturas y no sintiera ni el frío ni el calor, pero no, ¿no te das cuenta que voy abrigado? Me di cuenta que hace frío.

Como os decía, se ha colado un suspiro por la ventana y ahora no hay quien lo eche. Es un suspiro roto, desangrado, que se va posando en todos los alimentos. Yo lo espanto, con la mano, pero el suspiro vuelve. 

De pequeño cazaba los suspiros con la mano cóncava y, cuando pasaban unos segundos, cerraba la palma dejando el suspiro atrapado en ella. Nunca me importó de quién procedía el suspiro. En un descuido psicópata de mi personalidad, le arrancaba las alas al suspiro, las doce, para que no pudiera volar. ¿Que si era cruel? A decir verdad sí, lo siento. (ego me absolvo a peccatis tuis in nomine suspire)

Ssssh (onomatopeya del silencio) que se ha posado en la ventana, se fue.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Preludio




"Deja de tocar el puto piano que no son horas de hacer música". La voz que escuchaba era interior, como un patio de colegio de la posguerra o un vacío intrínseco y perdido, agotador que se desvanece con solo mirarnos a nosotros mismos. No paré, seguí tocando el Preludio de Bach como si nada importara, como si no hubiera vecinos bajo mis pies o voces en mi cabeza. Las blancas y las negras se iban mezclando desde los sonidos más agudos a los más graves, como se iba mezclando mi racionalidad con aquella voz que me exigía que me detuviese, que ya no solo molestaba a los vecinos sino a media Manhattan. 

Iba enlazando el final del preludio con un nuevo principio. Daba igual que la melódica música que salía de mis dedos durara dos minutos, que yo lo multiplicaba por centenares, en un bucle sin fin y temeroso de recibir sepultura. Una vez más me repetía, a mí mismo, que no me callen ni en la calle ni en mi propia casa. 

La voz me gritaba y parecía hacerlo a coro con el arpegio musical que me mantenía en órbita. Durante nueve minutos seguí tocando y tocando y tocando y cada vez más parecido a Bach, cada vez menos parecido a mí mismo. Al décimo sonó la puerta fuertemente coincidiendo con el final de la enésima reproducción. Me dirigí a la puerta con la música, en lugar de la voz, todavía en mi interior. Me miré en el espejo, me peiné, miré por la mirilla pero no había nadie. Abrí con sigilo la puerta y miré a ambos lados. 

Un siseo me pedía que mirase hacia al suelo. Allí, un sobre lacrado me invitaba a cogerlo. Me sorprendió su interior: 

                "Por el amor de dios, ya que no me escuchas, lo haré por escrito. Lo haces de puta pena"
                                                                                              Firmado: tu voz interior.

jueves, 29 de agosto de 2013

Esperanza sin hacer gala de su nombre





Aunque su nombre sonara a sustantivo de primavera,
Esperanza, era flor de otoño.
Flor de azabache y pistilo amarillo,
flor de loto y barro en sus raíces.
Fue sirena en su despertar
y cubata sin hielo al acostarse.
Esperanza, nació para ser estrella
pero vive como una supernova,
como una explosión subalterna
entre otras tantas estrellas de su misma condición y edad.
Aún llevaba trenzas y lágrimas hasta en el zapato.
Una tarde duró su alegría y 40 noches de uva y cotillón
estuvieron agonizando su espanto.
Esperanza perdió su nombre en un polvo celestial y,
desde entonces, la oscuridad de sus ojos
va en aumento.
Él se marchó,
como se marchan los marineros
que despiden a sus coitos en el puerto.
Ella quedó sola,
con sus trenzas mal abrochadas en el pelo
y lágrimas hasta en la vergüenza.
Quedó sola,
y perdió su nombre en aquel mar cada vez más largo,
pero su barriga iba en aumento.  
Algo crecía,
como si fuera una flor de primavera
pero sin serlo,
como si fuera arraigo en las pestañas.
Algo crecía y mantenía
a Esperanza con ápice de su nombre.

Caída otoñal de tormenta veraniega




La puerta tan abierta y el cielo tan cerrado me hicieron comprender, en este lapso de custodia matutina, que la luz que entraba no era más que armonía. No era luz solar ni luz de ningún foco. Era paz que entraba por el arco. Porque incluso empezaba a llover y en solo diez segundos se destapó una tormenta. 

Es posible que el primer retumbe me cogiera de sorpresa. Yo, que tenía los ojos como el cielo, cerrados pero dormido, me desperté sobresaltado y a la vez respirando con fuerza aquel olor a humedad que me regalaba esta versión beta del otoño. Yo que ya estaba un poco harto del sol y del calor que le acompaña, confieso que me alegró escuchar el saludo impetuoso de la tormenta. 

Y aunque volverá el calor, y de eso no me cabe duda alguna, me quedo impasible viendo como el cielo encapotado me regala una tregua, una caída adelantada de hojas y un olor a tierra mojada que recrea en mis versos, en mis antes cálidos pero ahora húmedos versos, el comienzo de mi estación preferida. Esa que desalienta a la mayoría, que pasa tan de puntillas por mi tierra, pero que me otorga un ramo de tranquilidad a mi sudorosa piel, y a mis tristes y perdidos poemas.

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