La puerta tan abierta y el cielo tan cerrado me hicieron
comprender, en este lapso de custodia matutina, que la luz que entraba no era
más que armonía. No era luz solar ni luz de ningún foco. Era paz que entraba
por el arco. Porque incluso empezaba a llover y en solo diez segundos se
destapó una tormenta.
Es posible que el primer retumbe me cogiera de sorpresa. Yo,
que tenía los ojos como el cielo, cerrados pero dormido, me desperté
sobresaltado y a la vez respirando con fuerza aquel olor a humedad que me
regalaba esta versión beta del otoño. Yo que ya estaba un poco harto del sol y
del calor que le acompaña, confieso que me alegró escuchar el saludo impetuoso
de la tormenta.
Y aunque volverá el calor, y de eso no me cabe duda alguna,
me quedo impasible viendo como el cielo encapotado me regala una tregua, una
caída adelantada de hojas y un olor a tierra mojada que recrea en mis versos,
en mis antes cálidos pero ahora húmedos versos, el comienzo de mi estación
preferida. Esa que desalienta a la mayoría, que pasa tan de puntillas por mi
tierra, pero que me otorga un ramo de tranquilidad a mi sudorosa piel, y a mis
tristes y perdidos poemas.
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