jueves, 29 de agosto de 2013

Esperanza sin hacer gala de su nombre





Aunque su nombre sonara a sustantivo de primavera,
Esperanza, era flor de otoño.
Flor de azabache y pistilo amarillo,
flor de loto y barro en sus raíces.
Fue sirena en su despertar
y cubata sin hielo al acostarse.
Esperanza, nació para ser estrella
pero vive como una supernova,
como una explosión subalterna
entre otras tantas estrellas de su misma condición y edad.
Aún llevaba trenzas y lágrimas hasta en el zapato.
Una tarde duró su alegría y 40 noches de uva y cotillón
estuvieron agonizando su espanto.
Esperanza perdió su nombre en un polvo celestial y,
desde entonces, la oscuridad de sus ojos
va en aumento.
Él se marchó,
como se marchan los marineros
que despiden a sus coitos en el puerto.
Ella quedó sola,
con sus trenzas mal abrochadas en el pelo
y lágrimas hasta en la vergüenza.
Quedó sola,
y perdió su nombre en aquel mar cada vez más largo,
pero su barriga iba en aumento.  
Algo crecía,
como si fuera una flor de primavera
pero sin serlo,
como si fuera arraigo en las pestañas.
Algo crecía y mantenía
a Esperanza con ápice de su nombre.

Caída otoñal de tormenta veraniega




La puerta tan abierta y el cielo tan cerrado me hicieron comprender, en este lapso de custodia matutina, que la luz que entraba no era más que armonía. No era luz solar ni luz de ningún foco. Era paz que entraba por el arco. Porque incluso empezaba a llover y en solo diez segundos se destapó una tormenta. 

Es posible que el primer retumbe me cogiera de sorpresa. Yo, que tenía los ojos como el cielo, cerrados pero dormido, me desperté sobresaltado y a la vez respirando con fuerza aquel olor a humedad que me regalaba esta versión beta del otoño. Yo que ya estaba un poco harto del sol y del calor que le acompaña, confieso que me alegró escuchar el saludo impetuoso de la tormenta. 

Y aunque volverá el calor, y de eso no me cabe duda alguna, me quedo impasible viendo como el cielo encapotado me regala una tregua, una caída adelantada de hojas y un olor a tierra mojada que recrea en mis versos, en mis antes cálidos pero ahora húmedos versos, el comienzo de mi estación preferida. Esa que desalienta a la mayoría, que pasa tan de puntillas por mi tierra, pero que me otorga un ramo de tranquilidad a mi sudorosa piel, y a mis tristes y perdidos poemas.

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