jueves, 29 de agosto de 2013

Esperanza sin hacer gala de su nombre





Aunque su nombre sonara a sustantivo de primavera,
Esperanza, era flor de otoño.
Flor de azabache y pistilo amarillo,
flor de loto y barro en sus raíces.
Fue sirena en su despertar
y cubata sin hielo al acostarse.
Esperanza, nació para ser estrella
pero vive como una supernova,
como una explosión subalterna
entre otras tantas estrellas de su misma condición y edad.
Aún llevaba trenzas y lágrimas hasta en el zapato.
Una tarde duró su alegría y 40 noches de uva y cotillón
estuvieron agonizando su espanto.
Esperanza perdió su nombre en un polvo celestial y,
desde entonces, la oscuridad de sus ojos
va en aumento.
Él se marchó,
como se marchan los marineros
que despiden a sus coitos en el puerto.
Ella quedó sola,
con sus trenzas mal abrochadas en el pelo
y lágrimas hasta en la vergüenza.
Quedó sola,
y perdió su nombre en aquel mar cada vez más largo,
pero su barriga iba en aumento.  
Algo crecía,
como si fuera una flor de primavera
pero sin serlo,
como si fuera arraigo en las pestañas.
Algo crecía y mantenía
a Esperanza con ápice de su nombre.

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