martes, 18 de diciembre de 2012

Cuestión de Actitud



Que la puerta estuviera en el techo y las ventanas escupieran fuego era lo de menos. Lo que realmente me impactaba era la pasividad de los viandantes que veían como les estrujaban el cráneo e iban tan campantes. El reloj daba las 34 y media y un hombre con pico de cuco, voz de cuco, plumas de cuco, y andares de pingüino, daba las horas en punto. La puerta, que como he dicho estaba en el techo, tenía tres cerraduras de las cuales solamente abría una. Que no encontrase las llaves y no saber cual de ellas abriría era lo de menos. Lo que realmente me importaba era saber como lo haría para alzar mis pies hasta el techo sin ningún trasto de por medio que me permitiese subir para abrir la puerta. Por otro lado estaba el calor que desprendía la ventana. Escupía fuego pero ya lo podía hacer para fuera y quemar los gélidos rascacielos de iglús que decoraban el cielo de Manhattan. El reloj daba las 48 y tres y media más un cuarto, y en el cuarto donde estaba daba la sensación que eran las cuarto y una y media con tres y cuarenta y ocho. A las en punto salió el hombre con pico de cuco, voz de cuco, plumas de cuco y andares de pingüino y me dio seis llaves. La más grande era el doble de enorme que la tres medianas pero la mitad de pequeñas que las dos más chicas. Que el tamaño fuera disléxico y yo medio tonto era lo de menos. Lo que realmente me preocupaba era arreglar una de las llaves medianas que se me había roto al caer al suelo. Era 1/6 probabilidades pero ¿y si era? La ventana, durante unos segundos, dejó de escupir fuego y fue al servicio. Era mi momento, o me lanzaba por aquella ventana de aquel décimo noveno piso o me quedaría toda la vida en aquel cubo de 10x10. Así que cogí carrerilla, toque la pared con el culo, y empecé a correr. Salté todo lo fuerte que pude. La ventana de fuego sacó un brazo de fuego e intento alcanzarme pero mi salto, que más que un salto fue un vuelo obvió la intención de ese abrazo. Seguía volando por aquel cielo púrpura y, en vez de caer, seguía subiendo, más y más alto. Que el suelo estuviera cada vez más lejos o que no supiera volar era lo de menos. Lo que realmente me sorprendía fue que era capaz de hacerlo. No necesitaba alas. No necesitaba instrucción. Solo necesité la actitud

sábado, 15 de diciembre de 2012

Lumbre, llama, rescoldo



Mira el fuego cómo se ríe de mi. Cómo baila sin música y sin que nadie se lo pida. Míralo. Tan ardiente y sensual como si hubiese salido de cualquier anfiteatro o de cualquier after hour. Y se que se ríe de mi por cómo envuelve al tronco y lo reduce a cenizas. Aún recuerdo cómo bailé por última vez con fuego. Jugué con él y hasta lo emborraché. Tomo mis manos y se volvieron cálidas, sudorosas, como si estuviera en un verano en pleno invierno. Quemé mis naves y alcé una mano pero, instintivamente, me la bajó con malos humos. No le gustó que la levantase y vomitó una llamarada que casi me deja sin barba. El fuego, tan amigo y tan guerrero. Tan borracho y tan abstemio. Baila al son del silencio y da luz a esta oscuridad. El fuego, la lumbre, la combustión de este par de cuerpos fríos que bailaron una noche mientras pisaban su sombra. No le guardo rencor porque donde hubo fuego quedó ceniza y cuando tuve frío me dio calor. Fui amigo del fuego y enemigo del viento. Pero se ríe de mí. Se ríe sin compasión. Se apaga. Se suspende el calor. Le echo leña. Bailamos.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

El dedo en la llaga


Me metió el dedo tan fuerte en la llaga que terminó saliendo por mi culo. Y así quedé, como una marioneta al amparo de su brazo que, por más que trataba de zafarse de mi, por más que agitaba su extremidad, más movía mi cuerpo horizontal sin conseguir su propósito. Estaba, por qué no decirlo, bien jodido. La estampa parecía de Buñuel. Yo, ocultaba su brazo como si fuera el caparazón de una tortuga y él interiorizaba mi cuerpo como si fuera una víscera más. Parecíamos cada vez más extraños y cada vez más siameses.
Y así tuvimos que acostumbrarnos a vivir. Al principio nos costó la convivencia. Sobre todo cuando mi vientre decía que ya no podía más y él tenía que meter un poco el dedo para dentro para que pudiera hacer mis necesidades. Además, no es lo mismo sostener un cuerpo con el brazo como hacía él a sostenerlo con la boca como hacía yo. Y así tuvimos que acostumbrarnos a malvivir. He de decir que la gente nos miraba raro. Incluso alguna moneda recogimos del suelo. Cuando él se cansaba, yo que ya tenía el cuello entrenado,  lo levantaba como bien podía y caminaba sosteniéndolo en equilibrio. Pero pronto se cansaba también de tener las piernas en alto sin poder colocarlas en ningún sitio y volvía a caminar por su cuenta. Era tan inconformista,...
Y así tuvimos que acostumbrarnos a vivir. Por cierto, ya que no me preguntáis, la próstata bien gracias

miércoles, 28 de noviembre de 2012

La puerta mojada


Me presenté en su casa corriendo, algo sudoroso, pero mezclado con el sulfúrico de la lluvia que, por motivos desconocidos, había preferido descargar su furia en aquella noche solitaria antes que al día siguiente, que es cuando habían prometido en la televisión. La lluvia no fue precisamente noble. Al trasluz de aquella cortina de agua le acompañaba cada cierto tiempo un flash de luz que hacía más tenebrosa la noche. Cuando llegué a su puerta golpeé fuertemente la madera, con el canto de mis puños, y al grito de "ábreme puta". Me distancié un poco de la puerta y alcé la vista buscando algo de luz por la ventana. La lluvia mojaba con la peor de sus intenciones mi cabeza. En ese instante recordé que había dejado la ropa tendida. Me volví a la puerta y seguí golpeándola cada vez con más fuerzas. A la mano le acompañaron mis patadas pero nadie abría. Otro relámpago y otro tronar parecían observar mi enfado. Escupí en la puerta y me volví llorando. Camino de cualquier bar que me sirviera el último whisky o cualquier cama para secar mi ropa.

martes, 30 de octubre de 2012

SUSPIROS


El suspiro se escuchó desde la escalera, desde el rellano de tres manzanas, desde la epifanía de las ánimas danzantes. El suspiro se escuchó, y bien lo sabe dios, hasta en los oídos sordos de los creyentes desbaratados, en los lázaros inmóviles y en las hostias consagradas. Un suspiro profundo, quebrante y atronador, de color azul o magenta y que llevaba en el bolsillo una desesperanza, un calvario. El suspiro, que no es invierno ni es verano, que alicata la tristeza de cuantos pudieron escucharlo, no fue un suspiro cualquiera. Fue, una tragicomedia.
Yo lo escuché desde la taza del escusado, con mi teléfono en mis manos y con la vergüenza al aire. Lo escuché, y bien puedo afirmar, que era un suspiro roto, descocido y hecho un siete. No puedo garantizar si era hombre o si era mujer. Solo puedo garantizar que la tristeza era equivalente a cien mil finales de novelas, o lo que es lo mismo, trescientos cincuenta y nueve poemas de César Vallejo.
Me levanté de mi trono y fui directo a la ventana, aún con mis vergüenzas desvestidas. Me quedé mirando la calle, el silencio y suspirando por aquel suspiro que me hizo levantarme como Lázaro de su madriguera.

miércoles, 24 de octubre de 2012

(2ª parte) Dos estilos, un mismo motivo



El color de la pantalla era amarillento, confuso y quizás tierno. Su rostro, el que soñamos, parecía guiñarnos los ojos y en sus bostezos emulaba más a su padre. Todos babeamos y aún no la hemos visto. Para los abuelos, su primera nieta, para su tío, un orgullo.
La vida en ocasiones nos ponen migas de pan, de chocolate y un dulzor instantáneo en el paladar que queremos tener lo más pronto posible. No es forzar, es desear. No es querer soñar, es estar soñando.
Mientras espero, hago melodías con los dedos en la mesa y desafino sesenta y seis nanas. Prepárate Marta que te espera mi desafino.

martes, 9 de octubre de 2012

Vivencias de un sombrero triste que me hacía recordar

Dejé el sombrero viejo encima del sillón y comencé a extrañarla. Lo hacía porque quería hacerlo ya que sabía de sobra que despegarme de aquel sombrero gris me traía a la cabeza los recuerdos de aquel amor. Solamente en mi testa podía caminar por los parques sin acordarme de ella. Con el sombrero puesto podía nadar a gusto, ver películas, chatear con mujeres, tirarle piedras a las farolas encendidas. Con el sombrero en mi cabeza podía incluso vivir. Pero la vida con condiciones solo es un pedazo de vida. Quería vivir la vida en su plenitud, con sus consecuencias. Quería, en definitivas cuentas, acordarme de ella. Porque hacía solo dos meses que mi sombrero gris, roto por algunas partes, hacía su función. Me acordaba de ella en los mares, en los cines, frente a mi pantalla de ordenador, junto a las farolas. Era colocármelo y ser feliz. Feliz como un niño que se despide de su maestra en las vacaciones. Normalmente incluso dormía con el sombrero ya que las sombras solían bañarme de penumbra en la noche, cuando cerraba los ojos. Era mi sombrero de la esperanza y mis labios con ángulos hacia arriba. Pero hoy quería recordarla y por eso dejé el sombrero en el sillón, en el mismo sillón desde que la vi pegar el portazo dejándome con cara de tonto y con un Marlboro entre los dientes.

jueves, 20 de septiembre de 2012

ABRACADABRA Y ...

El trotar era constante, recto y sin desvíos. Lo único que separaba a ese rocinante de cualquier equino era su protuberante cuerno de rinoceronte que ponía bizcos sus ojos. Era blanco y la luz de la luna lo convertía en fantasma, huidizo en la oscura noche y ruidoso en los bosquejos otoñales. Lo encontré un día cualquiera, de aquello que los sueños parecían hacerse realidad, fueran cuales fueran y costasen lo que costasen. Se llama Abracadabra y tenía siete jóvenes años los cuales lucía como si fuera un caballo árabe. Se llamaba Abracadabra y había sido montado por siete jinetes en noches similares como aquella. Lo encontré y monté en sus lomos como si la noche fuera eterna. Corrimos por los verdes campos que, en la noche, bien parecían azul oscuro o negro lunar. Lo encontré y adelantábamos a la luna que, celosa, nos dio la espalda y se cubrió de nubes para no ver como monopolizábamos la noche. El trotar era constante, sereno y sin desvíos. A esto que Abracadabra relinchó posándose a dos patas mientras yo me agarraba como podía a su crin. No lo hice lo suficientemente bien y resbalé, cayendo sobre aquellas hierbas verdes Andalucía que, en la noche, bien parecían riscos de betún o galimatías del lenguaje. Al caer vi como corría y desaparecía no muy a lo lejos. Me levanté y agarré una rama que encontré en el suelo y, poniéndola bajo mis piernas, me fui trotando en mi caballo de madera, recordando aquel sueño que desapareció como por arte de magia,...y abracadabra....

martes, 3 de julio de 2012

La ventana indiscreta

Se acercaba la hora de siempre, la prevista, la esperada por ambos. Allí los dos expectantes observando por el hueco que hay entre el pico de la cortina que levantaban con sus manos y el trozo de cristal de la ventana que dejaban descubierto. No debía tardar mucho. Como todos los días, a esa hora, en ese aproximado momento, tendría que aparecer con su melena ya suelta de gomillas y horquillas. No podía tardar mucho porque el menor de ellos, Carlitos, tenía como hora límite las 19:00 para llegar a casa y solo 6 minutos separaban de su límite con las manecillas actuales. Estaba acostumbrado a esperar este momento hasta las 7 y salir corriendo calle abajo hasta llegar a su casa. De pronto entró por la puerta con precisión suiza. Los dos se pellizcaron para demostrarse que, nuevamente, no estaban soñando. El mayor de ellos, Roberto, mira con los ojos como plato al menor de ellos, Carlitos, pero este no podía dejar de mirar aquel monumento. Aún estaba con ropa interior pero eso ya les valía. Nerviosos, de vez en cuando, cerraban el hueco de la ventana que dejaban al descubierto con su pícara invención del levantamiento de cortina. Ella se metió en la ducha como siempre, a estas horas, y durante el tiempo que duró su remojada acción, ellos sólo veían la figura difuminada por el cristal de la mampara y era cuando aprovechaban para intercambiar opiniones. -Es una diosa -dijo el menor de ellos, Carlitos, hijo de fontanero y secretaria pero que en casa se intercambiaban los papeles. En más de una ocasión Carlitos, el menor de ambos, había escuchado a la madre decirle al padre que hiciese esto, que le llevase lo otro y que apuntase lo demás. Y en otras ocasiones oirle al padre decirle a la madre que le limpiase las cañerías, aunque bien es cierto que esto también se lo escuchó decir a la vecina, a una tía suya, a una compañera de trabajo, a la que vende en la plaza,... -Y que lo digas -contestó Roberto. -Tienes mucha suerte -Y que lo digas -repitió Roberto. A los pocos minutos volvió a salir de la ducha, desnuda durante los breves segundos que hay desde que sale hasta que se envuelve en la toalla blanca que embutió su cuerpo. Dejo el baño y a los niños con ganas de más. -Tío, tienes una madre que no te mereces, hasta mañana -y salió corriendo a su casa esperando a que fuera ya el día siguiente, a la misma hora y en ese preciso momento. -Y que lo digas...-respondió solo Roberto, el mayor de ellos. Se paró un momento y añadió: -Y yo he salido de eso...

lunes, 11 de junio de 2012

Vienen y van

La melodía era perenne, como la insólita percusión de un verano interrumpido. Sonaban en nuestros oídos las notas y el baile, como peonzas infantiles en cualquier patio de colegio, sincronizaba aquel espectáculo audiovisual que eran aquel ir y venir de las olas del mar. Retornaban de distintas maneras. A veces con tal fuerza que derrumbaban las fortalezas de arena que hacían de frontera ante el océano. Un océano tan superficial como profundo, como el conocimiento de un maestro, como las verdades de la esquizofrenia, como el beso de un quinceañero. Y mientras tanto vienen y van, como las primaveras o los trenes de mercancías, como las críticas o como la burbuja inmobiliaria. Vienen y yo las veo marchar. Las olas, las despedidas, las canciones de estribillos martilleantes. Vienen y se van como un pero por su pasa, como el diente de león que diviso en el aire. Las olas, las del Atlántico que se meten en la arena, como se meten mis manos entre tu pelo y dejo caer hacia las puntas al igual que las olas al volver al interior. La melodía era perenne, pero el cielo aplaudía el adagio. Se van y se vienen, y entre tanto y tanto se van. Se van hasta el fin de semana que viene en el que juntos, y abrazados las volvamos a ver bailar.

jueves, 24 de mayo de 2012

Te has dejado la ventana abierta

Te has dejado la ventana abierta y por su hueco entran bocanadas de frío. Me asomo y te busco entre los silencios de la noche y entre los autos pero no te veo. Escupo y cierro la ventana con la duda de si, en la inmensa soledad que reparte el sueño, habrá caído el esputo en la cabeza de algún borracho. Enciendo la tele. A estas horas solo hay anuncios de productos de dudosa calidad, concursos con teléfonos como protagonistas,...¿teléfonos? ¿y si te llamo?. Corro a buscar mi teléfono dando palos de ciego. ¿Dónde lo tengo? Enseguida caigo. Está en mi mesita de noche. Suspendido en el aire me encaramo en mi habitación y cuando entro allí estabas, dormidita, como te había dejado. En la calle galopa tu sombra y tu sonrisa narcolépsica me mantiene quieto, esperando a que te despiertes, y omitiendo mis ganas de salir a volar con tu sombra por las calles.

martes, 15 de mayo de 2012

En voz baja

Tres días estuve, tres, intentando recordar donde dejé el silencio. Busqué en todos los lugares que pueden imaginar. En la mesita de noche, en el cajón de la encimera, en las bolsas de basura, en los armarios empotrados, en las azoteas,...pero no lo encontré. Miré en todos los sitios habidos y por haber. En el suelo encontré un megáfono pero no encontraba al silencio. Dejé de buscarlo con el fin de intentarlo por la noche, a la oscuridad, mientras todos duermen. Eran las 8 y el sol se marchaba. Murciélagos y golondrinas. Las 9 y media y sonaban acordeones. Las 12 y la 1, y las dos y las tres, y desnudos al amanecer me encontré a Sabina. A las cuatro creí encontrarlo. Silencio. ¿Silencio? Luego pasó el camión de la basura y se lo llevó a cuestas. Volvió a escucharse poco, casi silencio, pero nunca más fue lo mismo.

viernes, 16 de marzo de 2012

Porque no me enseñaron a olvidar




Da igual el color de los años que pasan o la profundidad del vacío que dejaste entre nosotros. También da igual si hay sequía o si se inundan nuestros ojos al recordarte. Lo cierto que los años van pasando y aquí, donde corriste, la vida sigue igual. Uno no deja de recordar como de verdes eran nuestros chistes, o como nos inventamos aquella pseudofamiliaridad lejana de ser primos amigos. Uno sigue pasando por las calles y los vecinos del pueblo siguen notando la ausencia de la figura que me hacía sombras. Los años corren y aquí, donde soñaste, tu tierra sigue igual. Uno no deja nunca de recordar como correteábamos cuesta arriba y cuesta abajo, nuestros viajes a Portugal, nuestras primeras hostias de la iglesia, nuestro primer encuentro. Siguen y siguen pasando los años y aquí, donde me enseñaste a ser hormiga en lugar de ser cigarra, la plaza sigue igual. Uno no puede dejar nunca de acordarse de como investigábamos los minerales y las piedras preciosas, como estudiábamos la meteorología, como dábamos patadas a la ciencia con apenas diez años. Aunque como dijo Pablo, el chileno, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Uno deja su niñez, su pubertad y alcanza, aunque tarde, su madurez. Le sale barba, barriga, y mi número de pié dejó de ser un 36 hasta alcanzar un 44. Los años putean y aquí, donde nos dejaste, te seguimos echando de menos. Pasarán los años, y aquí, en el mismo sitio, seguiremos haciéndolo.

domingo, 11 de marzo de 2012

eterna ¿juventud?





Es curioso como pesan los años, a lomos o en bolsas, pero pesan. Pesan tanto que a cada año que se suma se encorvan más las vértebras y se hunden más los pies. Son como yunques que rompen la piel o la arrugan. Pero curioso es, y mucho, cómo pesan según los sientas. Ayer, el mismo que escribe y agoniza con su vejez anticipada, moribundeaba en la previa de su treintena, en la soledad de quien alcanza esa edad sin saber a que ventanilla dirigirse. Ayer mismo era triste mi mirada y con incertidumbre mi corazón. Abandonaba los veintitantos que tan jóvenes nos hacen pero que inmaduros paseamos.
Son treinta, ¿y qué más da?. Son treinta y entro en otra dimensión. Ayer, el que escribe, el que intenta resumir sus absurdeces en un renglón de mayor o menor dimensión, moribundeaba y hoy, el que relata, sobrevive.
Porque son treinta años a los que abrazo y a los que doy la bienvenida. Porque el futuro empieza justo después del hoy y aún quedan muchos mañanas que resumir, que vivir y que disfrutar.
Porque los años, aunque pesen, solo son números.

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