martes, 9 de octubre de 2012

Vivencias de un sombrero triste que me hacía recordar

Dejé el sombrero viejo encima del sillón y comencé a extrañarla. Lo hacía porque quería hacerlo ya que sabía de sobra que despegarme de aquel sombrero gris me traía a la cabeza los recuerdos de aquel amor. Solamente en mi testa podía caminar por los parques sin acordarme de ella. Con el sombrero puesto podía nadar a gusto, ver películas, chatear con mujeres, tirarle piedras a las farolas encendidas. Con el sombrero en mi cabeza podía incluso vivir. Pero la vida con condiciones solo es un pedazo de vida. Quería vivir la vida en su plenitud, con sus consecuencias. Quería, en definitivas cuentas, acordarme de ella. Porque hacía solo dos meses que mi sombrero gris, roto por algunas partes, hacía su función. Me acordaba de ella en los mares, en los cines, frente a mi pantalla de ordenador, junto a las farolas. Era colocármelo y ser feliz. Feliz como un niño que se despide de su maestra en las vacaciones. Normalmente incluso dormía con el sombrero ya que las sombras solían bañarme de penumbra en la noche, cuando cerraba los ojos. Era mi sombrero de la esperanza y mis labios con ángulos hacia arriba. Pero hoy quería recordarla y por eso dejé el sombrero en el sillón, en el mismo sillón desde que la vi pegar el portazo dejándome con cara de tonto y con un Marlboro entre los dientes.

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