martes, 30 de agosto de 2011

Eco del reloj




Eran más de las 12 pero igual parecían las 10. De todas formas el reloj llevaba meses parado e intuía la hora que era por las veces que le danzaba el vientre en búsqueda de alimentos. Se levantó de la cama confiado de encontrarla descansando donde la dejó por la noche, o igual preparándole un café o un porro. Al salir de la habitación lanzó un "Buenos días" con eco. Obviamente no recibió respuesta más él no le dió importancia. Se dirigió pues al retrete a miccionar el aceite de su vejiga. Le hubiera gustado verse en el espejo pero estaba roto en varios pedazos que lo único que hacía era desfigurar la cara al estilo Picasso. No recuerda cuando lo rompió pero si cómo. Una noche de alcohol, de putas,...ya sabeis, una noche normal. Al acabar salió al salón. Ni siquiera se lavó las manos. Llamó a su amada de una voz. La volvió a llamar. Dos veces más. En ninguna de ellas fue devuelta la llamada. Buscó en la cocina, en el balcón. No estaba. Se sentó en el sofá donde esa misma noche había dormido y donde esa misma noche había destrozado un poco más su tabique nasal. Miró por la mesa rezando encontrar algo de cocaína, unos restos, un par de granos (si fuese un par de gramos sería mejor). No lo encontró. Se recostó en el respaldar con las manos en la nuca y la mirada al techo. Se dejó caer en el sofá y agarró una manta que había caída en el suelo y se tapó. Cerró los ojos y se volvió a dormir. En su rostro caía una lágrima blanca y de la nariz una gota de sangre. Creo que era ya casi la 1.

martes, 23 de agosto de 2011

La manta del sofá




Cuando se despertó se desprendió de la manta que la rodeaba y la lanzó al suelo, sucio y mugriento, al que le salían los primeros brotes de cualquier cosa sembrada. Aquel sofá no era el suyo, ni siquiera se parecía. Quedaba algo de alcohol en la botella. Una copa. Quizás dos bien repartidas. No dudó ni un momento en empinar la botella y tragar hasta la última gota de la forma más egoista que conocía. No le importó que él, cuando se despertase, buscase el whiskey hasta debajo del felpudo. Agarró con los dedos fuertemente los últimos centímetros de una colilla mal apagada la noche anterior. Se la encendió y aspiró el veneno que rápidamente alcanzó los pulmones y estos se lo agradecieron en forma de tos profunda y seca.
Se colocó la falda y se peinó el pelo con los dedos de la mejor manera que podía. Allí, en aquel lúgrube lugar, no existían los espejos. ¿Para qué? ¿Acaso él necesitaba verse para descubrir que era un monstruo? Una vez acicalada rebuscó entre la mesita. Parecía que el polvo que aspiraba involuntariamente no era suficiente. En algún lugar debía haber algo de coca. Le entró ansiedad y arremetió su rabia con todo lo que vió en la mesa. No encontró nada, solo un billete de 5 euros y algunas monedas. Cogió el dinero y lo metió en su bolso y, acto seguido, se santiguó y salió por la puerta deseando, que ese día fuese mejor que el anterior.

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