martes, 23 de agosto de 2011

La manta del sofá




Cuando se despertó se desprendió de la manta que la rodeaba y la lanzó al suelo, sucio y mugriento, al que le salían los primeros brotes de cualquier cosa sembrada. Aquel sofá no era el suyo, ni siquiera se parecía. Quedaba algo de alcohol en la botella. Una copa. Quizás dos bien repartidas. No dudó ni un momento en empinar la botella y tragar hasta la última gota de la forma más egoista que conocía. No le importó que él, cuando se despertase, buscase el whiskey hasta debajo del felpudo. Agarró con los dedos fuertemente los últimos centímetros de una colilla mal apagada la noche anterior. Se la encendió y aspiró el veneno que rápidamente alcanzó los pulmones y estos se lo agradecieron en forma de tos profunda y seca.
Se colocó la falda y se peinó el pelo con los dedos de la mejor manera que podía. Allí, en aquel lúgrube lugar, no existían los espejos. ¿Para qué? ¿Acaso él necesitaba verse para descubrir que era un monstruo? Una vez acicalada rebuscó entre la mesita. Parecía que el polvo que aspiraba involuntariamente no era suficiente. En algún lugar debía haber algo de coca. Le entró ansiedad y arremetió su rabia con todo lo que vió en la mesa. No encontró nada, solo un billete de 5 euros y algunas monedas. Cogió el dinero y lo metió en su bolso y, acto seguido, se santiguó y salió por la puerta deseando, que ese día fuese mejor que el anterior.

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