Dejé amarrado mi caballo de cartón, no sin antes darle un
beso en los morros que dejó impregnado en los míos la salivación más repugnante.
Era de cartón, pero no dejaba de ser un caballo. Era Enero, día de reyes, día
de paquetes envueltos en color e interior en blanco y negro. Día quinto de los
365 que adornaban la pared. Me dispuse a abrir todos y cada uno de los regalos,
fuesen o no fuesen míos. Los de mi tía Pepi, los de mis padres, los de mis
hermanos, los de la vecina y los de Obama. Menos el mío, mi caja permanecía
helada como las miradas de los presentes, como las miradas de Obama, la Pepi, mis
padres, mi vecina, mis hermanos, Bob Marley,...