martes, 29 de noviembre de 2011

El tren de siempre




Su susurro se escuchó en media manzana. Sílaba a sílaba, acento a acento, improperio a improperio. Los árboles, los desérticos y caducos árboles, observaban atónitos aquel banco en la estación, tan lleno de historias y besos de despedida. Aquel banco que antaño fue poesía y hoy es rescoldo de maletas que se equivocaron de estación. Sólo estaban ellos, los de siempre, los que a aquella hora tenían que estar allí. Como todos los domingos. Como todas las tardes.
En aquel banco solo estaban ellos, los de siempre, y un periódico del día anterior, y un par de gorriones a la vera que trataban de engullir los pedazos de corazón que ellos dos, los de siempre, estaban dejando caer en el suelo. Veinticinco años llevando su foto de carnet en la cartera, veinticinco años soñando juntos o veinticinco años sentándose en el mismo banco, aquel banco tan lleno de historias y romances capulescos, aquel banco que un día fue beso y hoy era anochecer.
El tren se acercaba, el silencio dormía y sus besos se esfumaban. Era de cercanías, y tanto que se acercaba. El tiempo se detenía, los árboles aplaudían y los gorriones, más empachados que nunca, salían a volar.
Le dió un beso, esta vez en la mejilla y se montó en el tren. Avanzó buscando un asiento y se sentó junto a la ventana. Mientras reanudaba su marcha dijo adiós con la mano y fue correspondido. Y esta vez le dió otro beso, pero se lo dió con una lágrima.

jueves, 24 de noviembre de 2011

El país de las maravillas




El conejo llegaba tarde y ella se escondió tras el espejo. Se arrodilló y echó a llorar, dos ríos por lo menos. Lo primero que se me ocurrió es que lloraba tras caer por la madriguera, pero no, no lloraba por eso. Si apenas se había hecho daño. Alicia lloró porque tenía que llorar. Porque le tocaba y porque así estaba escrito. Y se ahogó en un mar de lágrimas extenso, tan extenso como su melena, y tan abril como la primavera. Y siguió llorando y llorando, tanto que se agarró a la rama de aquel sucio olivo, hasta la copa, hasta que la rama bien podía llamarse cordón. El océano de lágrimas cada vez era más grande y el cielo cada vez estaba más cerca. El conejo corría, el reloj se paraba y el huevo hacía una tortilla. Pero Alicia no paraba de llorar. El frío solidificó el mar y los convirtió en oro. Ella bajó lentamente, como pudo, con un pañuelo en el escote. Todos parecían felices menos ella. Todos los cuerpos parecían bailar menos el suyo. Una tortuga tocando el acordeón, una baraja de cartas sin reyes, cadenetas de felicidad. La fiesta estaba asegurada pero Alicia volvió a esconderse tras el espejo. No disfrutaba la felicidad y se atoraba en la desesperanza. Quizás porque cegó su vista y se empeñó en no disfrutar aquel mundo de maravillas.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Pecados




Cuando volvió a la tierra era Marzo y el cielo oscuro prometió guerra. Traía el pelo más largo que nunca, tan largo que casi tocaba el suelo. Una rasta con gomas y algún que otro parásito le acompañaban. Sus ojeras denotaban sueño, como si llevara despierto desde su marcha. Un cigarro, quizás Marlboro, flotaba en sus labios. Tenía los pantalones rotos, de cuero negro y botas tejanas. Lo único diferente a la última vez que estuvo aquí fueron sus alas, sus negras y largas alas.
Y allí estaba soltando humo de aquel cigarro, quizás Winston, mientras miraba, con los brazos en jarra, aquel campanario triste que, como casi todos los campanarios, habían dejado de tocar hacía tiempo para dar paso a las tecnologías. Ahora, la gente va a misa por la llamada de un actor de doblaje llamado altavoz. Había vuelto, sí, pero para cerrar un trato. La última calada se la dió a las 11 y al exhalar todo el humo se hizo media noche. Coincidió la última campanada descargada de Internet con las últimas partículas de aquel humo del infierno que lanzaba por su boca.
Traspasó la puerta de aquella iglesia como por arte de magia y de repente se hizo la luz. Una doble hilera de velas en el suelo, que nadie había colocado allí se encendió al unísono. Comenzaba en la puerta y acababa en el altar. Fue cuando cogió otro cigarro, lo situó en su boca y se agachó casi de forma horizontal para encender el pitillo. Al encendérselo inhaló fuerte y se santiguó. Sus uñas, sus negras y largas uñas crecieron en cuestión de segundos. Paso a paso se acercó al altar y, al llegar, observó que la cruz se había quedado vacía. Ni siquiera los clavos con los que fue clavado se encontraban allí. Su desconcierto fue religioso. Mientras fumaba aquel cigarro, quizás Nobel, escuchó una voz que sonaba justo detrás suya.
-No deberías fumar aquí
Su barba le hacía parecer descuidado pero a la vez tan sabio.
-No creo que en la iglesia moleste el humo.
-¿Por qué dices eso?
-Velas, cirios, incensarios,...
-Para, para...
-Inquisición, quema de libros,...
-He dicho que pares!!!
-Perdón, me he crecido
-¿Qué has venido a hacer aquí?
-Vengo a confesarme, ¿dónde está?
-¿dónde está quién?
-Ya lo sabes, no te hagas el tonto
-Lo he tenido que bajar. Se a qué vienes
-Tu no sabes nada
-¿Qué hora es? - preguntó aquel cura con figura de Cristo
-¿No ves que hace bastante que dejó de importarme el tiempo?
-Pues a mí si me importa, tengo que acostarme
-Confiéseme padre
-Empieza
-¿Aquí?
-Empieza coño
-Ave María purísima
-Sin pecado concebida
-Padre me confieso de ... ... ... ... ... ...
Y así estuvieron dos o tres horas, contándole todos sus pecados, los efectuados en vida y los reverenciados al otro lado. Al final rezó 30 padres nuestros, el Cristo volvió a la cruz, las velas se apagaron y aquel angel negro siguió con sus alas negras fumando aquel cigarro, quizás un habano. Se quedó mirando aquel campanario y se marchó por donde había venido. Alzó sus alas y saltó hacia arriba. Diez metros en vertical y desapareció. Debía haber sido político porque ni Dios pudo arreglar sus pecados.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

SOLEDAD



El día de su entierro no hubo nadie que le acompañara. Ni plañideras ni pañuelos de seda moqueados. El día de su entierro era Martes y al día siguiente fue fin de semana. Nadie en el pueblo podía hablar de ella porque nadie la conocía. Solo sabían su nombre y a veces su color de pelo. Se llamaba Soledad, y vivía en la única casa que no existía el ruido. Se llamaba Soledad, como si su madre supiese de antemano cual sería su destino.
Llevaba 20 años en el pueblo y llegó con solo 17. Cuando vino, lo hizo con un hombre veinte años mayor que ella, de tez morena, brazos picados, como si se le fuese a ir la vida por cada uno de esos agujeros. Ella guapa, muy bonita, como la esperanza más con el tiempo se le escapó su hermosura y toda la esperanza que le quedaba. Se hospedaron en aquella casa vacía, a la que nadie nunca llegó a reclamar. Sin muebles, sin corromper su corazón por la inexistencia de TV. Los inviernos eran fríos, solo calentados por la candela que se hacía en aquel latón gigante que daba luz a la habitación cuando los funcionarios del ayuntamiento devolvían a la normalidad aquel puesto de luz adulterado para recibir electricidad sin pagar nada.
Poco tiempo vivió su compañero. Murió a los tres años. Su nombre nadie lo sabía pero en el pueblo, cada vez que hablaban de él lo hacían, sin faltar, como "aquel yonki de mierda"
Y a partir de ahí, diecisiete años en soledad, como su propio nombre indica. Diecisiete años interminables con mucha más sombra que luces, con frío, hambre, pero que nunca faltaba un pico en la mesa. No me preguntéis como lo conseguía pues en el pueblo nunca ha protagonizado más escándalo que el de su mera presencia. La mesa, como cualquier mesa, era un caos. Cucharas, platos, polvo, mucho polvo, chustas de cigarros contadas por miles, un rollo de papel de aluminio del chino, un mechero, un par de jeringuillas y un rulo.
Cuando pasó un par de días, quizás veinte, y al echar en falta aquel zombi viviente tropezando por las calles, la policía, más corcuera que nunca, invadió su cementerio particular que era aquella casa okupa y la encontró muerta. Nunca se supo como murió, aunque se rumoreaba como pudo haber sido. Murió en la más absoluta soledad, como en la inexistente muchedumbre de su entierro, como su puto nombre.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Las 4:00 am




Debían ser más de las 4:00 am, más que nada por la cantidad de personas que habían en aquel tugurio. Que yo contase, dos camareros, un viejo de setenta y cuatro años y tres meses (lo se porque le faltan nueve meses para cumplir los setenta y cinco y esas cosas se notan desde lejos), un chico polaco acompañado de una chica polaca, un imberbe con acné y, desde que se fue enfadado su novio, una espectacular y alta mujer, pero no tan alta como su clase. Si fuese valiente os confesaría ahora mismo que me encandiló pero, ¿qué podía hacer?
Estaba bebiéndose un tequila mientras masticaba algunos cacahuetes. Le quedaba más de la mitad del vaso cuando alzó al cielo su mano y se bebió lo que quedaba de alcohol.
-Otro por favor-le pidió educadamente al mayor de los camareros
Tenía el pelo rubio con peinado de peluquería. Sus pendientes de perlas brillaban con el reflejo de la tenue luz que doraba su cara. Una blusa blanca que debía costar un pastón a la que ella, estratégicamente, había privado de colocar uno de los botones en su debido agujero para mostrarnos(me) lo más sugerente de su generosidad. En su banqueta de al lado su abrigo y su bolso que debían valer más que mi hipoteca de dos meses. ¿Qué podía hacer yo? Su novio, su amigo, su ex, su marido, quién coño fuera había aparcado anteriormente un Mercedes CLS al lado de mi Twingo azul que bien podía ser rosa fucsia o amarillo limón, o blanco y negro como las cebras. Da igual, nadie iba a mirar aquellas cuatro latas al lado de aquel tanque de la ingeniería alemana. ¿Cómo podía competir yo ante eso?
Su mirada empezó a descentrarme.
-"¿Me ha mirado?"-pensé. "No, seguro que ha sido sin querer. O estaba mirando como se están besando los dos chicos polacos".
Recogió sus cosas y se sentó al lado mía.
-Perdona por entrometerme pero, ¿eres el chico que murió el mes pasado?
-Sí, ¿cómo me has reconocido?-contesté asombrado por la capacidad de análisis. Rubia, guapa y lista.
-Bueno, igual es porque te veo más difuso que al resto y porque no te puedo tocar. He visto tu Twingo ahí aparcado. ¿Es que no tienes...perdón, tenías, a nadie que pueda retirarlo?
Claro, como no iba ella a reparar en el Twingo si había dejado su Mercedes vigilando al mío.
-Sí tenía gente -contesté- Una hermana que vive en Andalucía y que no se dignó a venir a mi entierro con la excusa barata de que estaban operando a su marido a vida o muerte. Por lo que te puedo contar no he visto ni su ánima ni su nombre en la lista así que la disyuntiva dejó de ser disyuntiva. Afortunadamente, claro.
-Vaya, es fascinante
-¿Fascinante?¿El qué?
-Que estemos aquí intimando y a punto de acostarnos, tú un cuerpo éter y yo pura pasión
-¿Acostarnos? ¿Y tu marido? ¿o es tu novio? ¿Llevo cinco preguntas consecutivas?
-Seis con esa última. No te preocupes, lo he dejado marchar. Se ha llevado consigo su cartera y su CLS. No su Mercedes, sino su CLS
-Así que te llamas...
-Andrea
-Pensé que serías...
-Mercedes. No, Mercedes es la guarra que se ha estado tirando a mis espaldas y que también se ha enterado hoy mismo que estábamos juntos. Se ha quedado sin una y sin la otra.
-Qué cabrón
-No hables así de él!!!
El enfado fue notable. Cogió sus cosas y se marchó, no sin antes dedicarme un:
-¡ Bete a la mierda !
Con faltas de ortografía y todo. Se ve que era rubia, guapa y lista pero que no sabía de gramática.
Me quedé estupefacto, muerto. Cogí mi chaqueta y me fuí. Pagué mi cuenta y la de ella. Me devolvió el camarero más joven 5 euros y el viejo en los zapatos. Despedí a la gente pues me quedaba un largo camino para llegar a casa, para llegar al cielo. Pero antes me dirigí al viejo que acababa de vomitarme:
-¿Te espero?

jueves, 10 de noviembre de 2011

Lleno de agua



El taxi olía a cerrado, a canela y nieve, a sofrito o que se yo que cosa, pero olía a cerrado, mal, mejor dicho, a tinieblas. Sin embargo la simpatía que derrochaba su conductor no correspondía con el mal ambiente creado en su vehículo. Se trataba de un señor mayor de pelo blanco, entre 60 y 25 años, una criba bien amplia porque el tiempo me enseñó que los prejuicios terminaban equivocando mis intereses. Marido trabajador que lucía bien orgulloso su alianza, deboto del Gran Poder y oyente de M80 Radio, era toda la información que pude sacar de él. Bueno, sin olvidar que el taxi olía a jabalí muerto. No tardó en hablarme.
-Lo bien que sientan estas lluvias ¿verdad?
-Bueno, sí -contesté educadamente pero sin muchas ganas de hablar.
-Todo lo que nos rodea es agua y sin ella no sobreviviremos. Los pantanos, los ríos, los océanos, los sueños,...
-¿Los sueños?
Confieso que la relación acuática vs onírica despertó mi interés
-Por supuesto, los sueños dependen del agua, como crees que se mantienen en el aire, ¿volando?. No, no, los sueños no están en el ambiente o mejor dicho, no vuelan solos. Están en el agua. El aire contaminaría los sueños y es lo que poco a poco está sucediendo en el agua. Pronto habrá que buscar una nueva forma de transportar los sueños porque su medio acuoso terminará colapsado de contaminación.
-Pero, ¿por qué dices que que "no vuelan solos"?
-Pues que sí pueden estar en el aire, pero gracias al agua. La lluvia, el rocío, la nieve,...el aire está lleno de moléculas de agua que humedecen nuestras vidas.
-Vale, vale, suponiendo que lo que cuentas es verdad, ¿qué tiene de beneficioso?
-Realmente nada, solamente que podemos ver los sueños. Al menos el transporte. Suficiente para saber que lo que bebemos cuando tenemos sed están llenos de sueños, tuyos o de otros, pero sueños
-Excepto cuando bebemos cerveza- bromeé
...
-Eso no ha sido gracioso.
Me ruboricé
-Perdón
-Perdonado
-Entonces, ¿cuando nos bañamos en la playa?
-La gente no sabe el daño que hace cuando orina en la playa. Mancha de ese líquido todos nuestros sueños. ¡Pero qué error!. La orina procede de los riñones, y todos los líquidos malos de nuestro cuerpo son expulsados mediante la orina. Y si la mezclamos con nuestros sueños...
-Se contaminan
-Exacto. Vas entendiéndolo. Date cuenta de una cosa. Nuestro cuerpo humano está compuesto el 75% de agua. Eso dice mucho de nosotros. Estamos siempre pendientes de nuestros sueños, de saber si cumpliremos o no nuestros sueños. Nos amparamos un 75% más en los sueños que en nuestra realidad. ¿No te parece interesante?
Entonces empecé a llorar
-¿Por qué lloras hija? -dijo el taxista
-Ayer lo dejé con mi novio, el hombre de mi vida, y ahora expulso parte de mis sueños.
-Lo siento mucho, son siete con treinta.
-Cóbrate ocho euros
Y en la calle seguía lloviendo

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Zapatos nuevos de tacón




No tenía ni la menor idea de la repercusión que tendría comprarse esos tacones. Les quedaba como anillo al dedo. Se tambaleaba al andar, si, pero le hacía tan sexy. Corrió a coger el autobús y, al subirse, todos los hombres se dieron la vuelta para mirarle. Existía todo tipo de caras excepto de indiferencia. No duró mucho el trayecto, apenas dos paradas. Al bajarse despidió al respetable con un elegante dedo al aire, como invitándoles a subirse ahí mismo y a pedalear al unísono. Solo faltaban dos minutos a pié para llegar a su casa. Estaba deseando ponerse esos tacones rojos y verse en el espejo con aquel top de mercadillo que compró la semana anterior. Subió las escaleras de la manera más silenciosa que pudo. Abrió la caja y sacó sus zapatitos y los contempló entre sus manos. Se quitó los que llevaba y se colocó uno a uno sus nuevas adquisiciones. El izquierdo fue el primero. Notó como le apretaba. Daba igual. Se puso el derecho y se dispuso a contemplar su figura en el espejo. Estaba espectacular. De pronto se abrió la puerta. Todo pasó muy deprisa. No dió tiempo de nada. Su mujer no daba crédito al verlo con esa falda y esos zapatos rojos.
-"¿Pero qué coño haces Manuel?"
...
El portazo se escuchó hasta en el autobús que le transportó hacía quince minutos. Desvió la mirada de la puerta y la dirigió al espejo y contempló su figura, sobre todo aquellos zapatos rojos de tacón.

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