martes, 29 de noviembre de 2011

El tren de siempre




Su susurro se escuchó en media manzana. Sílaba a sílaba, acento a acento, improperio a improperio. Los árboles, los desérticos y caducos árboles, observaban atónitos aquel banco en la estación, tan lleno de historias y besos de despedida. Aquel banco que antaño fue poesía y hoy es rescoldo de maletas que se equivocaron de estación. Sólo estaban ellos, los de siempre, los que a aquella hora tenían que estar allí. Como todos los domingos. Como todas las tardes.
En aquel banco solo estaban ellos, los de siempre, y un periódico del día anterior, y un par de gorriones a la vera que trataban de engullir los pedazos de corazón que ellos dos, los de siempre, estaban dejando caer en el suelo. Veinticinco años llevando su foto de carnet en la cartera, veinticinco años soñando juntos o veinticinco años sentándose en el mismo banco, aquel banco tan lleno de historias y romances capulescos, aquel banco que un día fue beso y hoy era anochecer.
El tren se acercaba, el silencio dormía y sus besos se esfumaban. Era de cercanías, y tanto que se acercaba. El tiempo se detenía, los árboles aplaudían y los gorriones, más empachados que nunca, salían a volar.
Le dió un beso, esta vez en la mejilla y se montó en el tren. Avanzó buscando un asiento y se sentó junto a la ventana. Mientras reanudaba su marcha dijo adiós con la mano y fue correspondido. Y esta vez le dió otro beso, pero se lo dió con una lágrima.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.

Template by:

Free Blog Templates