jueves, 20 de septiembre de 2012

ABRACADABRA Y ...

El trotar era constante, recto y sin desvíos. Lo único que separaba a ese rocinante de cualquier equino era su protuberante cuerno de rinoceronte que ponía bizcos sus ojos. Era blanco y la luz de la luna lo convertía en fantasma, huidizo en la oscura noche y ruidoso en los bosquejos otoñales. Lo encontré un día cualquiera, de aquello que los sueños parecían hacerse realidad, fueran cuales fueran y costasen lo que costasen. Se llama Abracadabra y tenía siete jóvenes años los cuales lucía como si fuera un caballo árabe. Se llamaba Abracadabra y había sido montado por siete jinetes en noches similares como aquella. Lo encontré y monté en sus lomos como si la noche fuera eterna. Corrimos por los verdes campos que, en la noche, bien parecían azul oscuro o negro lunar. Lo encontré y adelantábamos a la luna que, celosa, nos dio la espalda y se cubrió de nubes para no ver como monopolizábamos la noche. El trotar era constante, sereno y sin desvíos. A esto que Abracadabra relinchó posándose a dos patas mientras yo me agarraba como podía a su crin. No lo hice lo suficientemente bien y resbalé, cayendo sobre aquellas hierbas verdes Andalucía que, en la noche, bien parecían riscos de betún o galimatías del lenguaje. Al caer vi como corría y desaparecía no muy a lo lejos. Me levanté y agarré una rama que encontré en el suelo y, poniéndola bajo mis piernas, me fui trotando en mi caballo de madera, recordando aquel sueño que desapareció como por arte de magia,...y abracadabra....

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