viernes, 10 de mayo de 2013

Debajo de la sábana



-Jajaja -se reía él
-Jejeje -se reía ella, con distinta risa pero igual intensidad.

Ambos estaban más acostumbrados a los llantos, a la lagrimita fácil e inoportuna, al "ya verás como salimos de esta"; que al reír como ríen los gobernantes viendo como lloran los que les votan con cada una de sus decisiones. Ambos se compadecían mutua y ordenadamente. Él lo hacía los lunes, miércoles y viernes (salvo algún jueves que no echaran Gran Hermano). Ella los martes, los demás jueves y sábados.
Los domingos, sin embargo, no tenían tiempo de compadecerse por lo destinaban a amarse bajo las sábanas blancas que tapaban sus vergüenzas de la mirada, siempre cotilla, de la lámpara, la ventana y el armario.
En esos momentos no importaba nada, ni las subidas de IVA, ni las cuentas en Suiza, ni los borbones eximidos de toda pena. No importaba el alquiler, la renta, el agua, la luz, las bombillas. En estos domingos en que retozaban como adolescentes no les importaban ni lo más mínimo el calentamiento global (sólo el suyo individualizado), ni Guadalix de la Sierra, ni el Madrid ni el Barça.
No había interés alguno por conocer la prima de riesgo, ni la Esteban ni la Campanario. Los Domingos, después del amor, si la jugada había sido gratificante llegaban carcajadas simultáneas, como en estéreo. Sólo querían sexo y risa. Solo deseaban risa y sexo. No importaban la borrasca subtropical, ni la SGAE ni su puta madre, ni las vecinas que les robaban los alfileres. Porque no querían saber nada del mundo, ni de la estratosfera, ni de Saturno, ni de Plutón.

-Jajaja -se reía él
-Jejeje -se reía ella, con distinta risa pero igual intensidad, demostrando que aquel domingo hubo algo más que risas emparededas.

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