miércoles, 17 de febrero de 2010

Obituarios




Me puse a repasar casi a diario los obituarios que los periódicos inventaban hasta que encontré el mío propio. Morir envenenado y repasar mi epitafio con rotuladores cariocas se había convertido en mi principal oficio. Empecé matándome poco a poco pero terminé con mi vida de un golpe. Seco, árido y sin subterfugios. Un golpe de muerte o de suerte. Un golpe de más o un golpe de menos. Golpeé mi
non sense y me quedé sin sentido. Entonces empecé a subrayar, con los dedos impregnados en sangre, todos los buenos momentos que había vivido en mi puta vida. Solamente marqué 2 y uno al que le puse una interrogación. Se me iba la vida por desagües y de ahí iban a parar al mar con el resto de la mierda. Por más que gritaba nadie salía a mi auxilio y por más que lloraba no aparecía un pañuelo cerca. Dejé de escribir a la Luna porque ya no es la que era y dediqué mis poemas a las banalidades de la calle. A las vecinas y a las babuchas, a los cuernos y basureros, a las cervezas y a las caracolas. Una vez muerto pagué en efectivo y al instante todos los cariños que recibí. Bebí hasta emborracharme y me emborraché hasta llegar al hospital. No morí allí sino antes. Cuando lo hice descorché una botella y brindé por mí, solo por mí

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